Análisis de State of Mind

Una humanidad sin humanos, ese es el futuro al que aspira la mayor parte de la población en la distopía que presenta State of Mind. Los recursos son cada vez más escasos y la Tierra está en descomposición. Las prometen mejorar y ofrecen nanoescans para ver quién tiene derecho a ser un colono de Marte. Las tareas cotidianas son parte de la rutina de los robots humanoides. ¿Pero quién marca la linde? ¿Hasta dónde podemos permitir que llegue la tecnología sin perder nuestra humanidad? Esta vieja teoría vuele junto a otros temas en este thriller sci-fi.

Hay una forma bastante categórica de clasificar a la mayoría de obras de ciencia ficción: utopía o distopía. Un mundo en el que todo es maravilloso o uno en el que todo se va al carajo. State of Mind, sin embargo, es capaz de hacer un dos por uno para reflejar los dos escenarios.

Richard Nolan vive en Berlín, en 2048, y trabaja como periodista para el diario anti-tecnología The Voice. Adam Newman es su colega de profesión, pero su tarea en The Present es justo lo contrario, hacer apología de los beneficios desde su vida en el utópico mundo City 5. Richard y Adam son dos de los protagonistas del juego, pero hay muchos más personajes que conocer. Tras un accidente de coche, el primero pierde gran parte de su memoria; además no encuentra a su mujer, Tracy, ni a su hijo James. La única forma de encontrar las respuestas que han aparecido es moverse en círculos sombríos, hackear drones y poner la vida en peligro.

Es difícil escribir un texto sobre State of Mind sin mencionar algunos detalles de su trama, el problema es que unos pocos comienzan a ser demasiados, así que trataremos de hilar fino para evitar spoilers. La fuerza de su relato descansa en la incertidumbre y en los muchos giros que van dejando las once horas de juego que nos ha durado. Es fácil darse cuenta de las influencias que han hecho otros juegos y también algunas películas, pero lo bueno es que no utiliza esos recursos para reforzar clichés sino que juega con ellos. Como si fuera un bingo sci-fi, podemos ir tachando los tópicos que van apareciendo: transhumanismo, aumentos, realidad virtual, ataques cibernéticos y hasta el criptosueño. Daedalic ha recurrido a los elementos clásicos. Sin embargo, gracias a sus lugares, a sus personajes y a sus diálogos consigue que cada tema se toque de forma apropiada.

Tras unas cuantas horas de juego, hay un cambio de dinámica que se agradece. A partir de ese momento es posible cambiar de personaje entre Amad y Richard libremente para explorar sus dos mundos sin restricciones. La cooperación entre ellos a través del jugador se convierte en el elemento básico del juego. Pero también es posible controlar momentáneamente a otros personajes porque es necesario descifrar fragmentos de datos en City 5 para saber más de lo que está pasando aquí.

Por ejemplo, covertidos en el robot doméstico Simon, nos libramos de buscarle un sentido a la vida y acabar descompuestos. Lydia es capaz de sacar a la luz una vertiente totalmente distinta de Richard, la familiar y sus conflictos. Son otras dimensiones que aguardan su turno bajo el gran arco argumental central para tratar temas mucho más reales y contemporáneos, aspectos que no van a cambiar con o sin ciencia ficción. Así, el juego construya una red de pequeñas narrativas que no solo están a varios niveles, también se esparcen a través de dos mundos distintos. Y ese es el punto que diferencia State of Mind de tantas otras cosas que hemos visto en los últimos años.

Daedalic tiene una historia potente, lo que pasa es que le faltan otros elementos que le den compostura como juego de aventuras. Tienes que reunir algunas pruebas para conseguir pistas, o hackear una cámara y corregir el ángulo de visión para que no te grabe pasando por un sitio. Pero son situaciones esporádicas, y es una pena porque son un buen corte de ritmo entre tanto diálogo. Al contrario de la lógica que siguen generalmente las aventuras, las cosas e ítems que hacen falta están casi siempre cerca y accesibles. Solo en una ocasión, muy cerca del final, hemos tenido que realizar una tarea un poco más compleja. Puede que sea cuestión de gustos o de interpretación, pero por ese camino State of Mind no se considera a sí mismo sólo como una aventura en tercera persona, sino también o sobre todo como un juego narrativo o un thriller. No hubiera fastidiado nada haber metido un poco más de dificultad.

Una de las grandes sorpresas ha sido la buena presentación. La ambientación, la banda sonora y sobre todo las secuencias de vídeo con movimientos de cámara que han producido para muchas situaciones crean una sensación de armonía que no todos los juegos AAA son capaces de lograr. Aunque más chirría por tanto lo poco logradas que están las animaciones faciales y un doblaje de voz (análisis con la versión en alemán, a España llega en inglés con subtítulos en castellano) inapropiado. Ese estilo gráfico de baja carga poligonal ha funcionado muy bien para el diseño de los mundos, pero ha estropeado a los personajes y hace que pierdan un poco de credibilidad al hablar.

Os hemos dibujado con toda la precisión que hemos podido qué es lo que vais a encontrar en este juego/historia que tan bien está construida y es capaz de llevar adelante su trama pero que se queda un poco coja en ofrecer algo más que una lectura continuada y a tu ritmo. Aunque haya elementos que no estén del todo bien, el destino de los personajes nos ha llegado hasta adentro y por eso creemos que State of Mind es un buen juego.