En The Eternal Cylinder hay un gigantesco cilindro metálico en la superficie de un planeta sin nombre, y lo está aplastando todo. El artefacto se puede detener y también se puede destruir con unas torres mágicas enormes. La misión de activar estas estructuras recae sobre una criatura llamada Trebhum y sus amigos, que tienen un hocico muy característico. Por suerte, estos seres tienen a su disposición el poder más increíble del universo: la evolución. A medida que avanza esta historia, que va literalmente sobre crecer, la huida del gigantesco cilindro se vuelve más fácil con capacidades y habilidades que se desarrollan constantemente.
Cuando el cilindro se detiene cerca de las torres mágicas, es el momento de que el jugador guíe a los Trebhums rumbo a nuevas aventuras. En cuanto al argumento, no solo está el murmullo del narrador, sino que las partes importantes se señalan con haces de luz azules que provienen de las torres y que te indicarán tu próximo punto de interés. Para llegar a tu destino necesitarás una determinada cantidad de Trebhums, lo cual es igual de importante que adquirir nuevas habilidades. La trama de The Eternal Cylinder queda en un segundo plano, aunque los secretos del cilindro son llamativos.
Tu equipo dispone de un máximo de seis Trebhums, todos bastante parecidos en sus grandes hocicos y en su apariencia general. Aún así, el desarrollo de los personajes es un cometido importante del juego. Los Trebhums chupan bayas con sus hocicos, y esas bayas les darán mutaciones y superpoderes. De esta forma, sus pies saltarán con más fuerza, sus cuerpos pueden ser más cúbicos para adaptarse a espacios en forma de cubo y, gracias a una habilidad especial de su hocico, puedes hacer que suene para ahuyentar a los enemigos con un potente graznido.
Para chupar las bayas hay que presionar los gatillos del mando DualShock, mientras que con el cuadrado, los Trebhum rodarán como Samus Aran en Metroid. Lo de rodar me recuerda a los increíbles y extraños entornos de Metroid Prime. Estas criaturas redondas y de colores vivos también me recuerdan a Spore, el juego de evolución de Will Wright. Los modelos de los personajes no tienen tanto detalle, y los entornos son sencillos y bastos, pero por lo demás The Eternal Cylinder se desenvuelve bastante bien. Eso sí, los tiempos de carga en PS4 son largos si los comparamos con lo pequeña que es cada zona en realidad. No tuve la sensación de necesitar un mapa, ya que con los rayos azules de las torres ya es suficiente para saber dónde estaba mi siguiente objetivo. Quizás hay demasiadas zonas visiblemente vacías en The Eternal Cylinder, aunque el diseño de niveles es original y entretenido a la vista.
Los controles resultan torpes, por lo que saltar es particularmente difícil y requiere muchos intentos. Por otra parte, las plataformas no son el fuerte de los Trebhums debido a sus patas cortas y su forma redonda. Lo cierto es que todo esto deja aún más claro que estos pequeños héroes están indefensos ante la amenaza del gigantesco cilindro metálico. Estas limitadas mecánicas de supervivencia no se exploran en profundidad, pero tampoco ocupan mucho espacio en el juego. La mayor de estas mecánicas es una barra corriente de agua, que se va reduciendo cuando los Trebhums se desplazan. Para rellenarla, el jugador deberá aplastar psicódidos. Y en efecto: salpicar agua también reduce la cantidad total de agua.
The Eternal Cylinder es uno de los títulos indie más insólitos de este año, al mismo nivel que Anodyne 2: Return to Dust y Sludge Life. Su fantasiosa trama no tiene muchas pretensiones, así que si buscas algo diferente a lo que jugar, aquí está.