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Análisis de Aragami

La obra de los barceloneses Lince Works está llamada a ser el sucesor espiritual de Tenchu.

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En los últimos años el desarrollo español ha concebido títulos que en mayor o menor medida han procurado hacerse un hueco en el mercado. Por ejemplo, Mercury Steam lo hizo por todo lo alto con su reinterpretación de la serie Castlevania, mientras que otros con menor presupuesto y un equipo más reducido apuestan por la importancia de las ideas por encima de la técnica. Infinigon Games lo intentó el otro día basándose en el humor con Zenith, aunque su resultado final quedó lejos de las pretensiones iniciales del estudio.

Sin embargo, faltan obras que se encuentren en el punto intermedio entre ambos modelos de producción. El estudio barcelonés Lince Works aspira a llenar ese vacío con Aragami, un título para PlayStation 4 y PC en el que plasmar todos los conocimientos que el equipo adquirió con Path of Shadows, su primer proyecto como estudiantes. El resultado es un juego de sigilo que bebe del espíritu de clásicos como Tenchu y del que también se desprenden referencias a otros como Dishonored y Mark of the Ninja.

Aragami es el protagonista de la aventura, un espíritu de las sombras que debe obedecer a quien le ha invocado. Es así como nos presentan a Yamiko, eje principal de la trama y la princesa que nos ha llamado tras ser capturada por el Ejército de la Luz, quien destruyó su reino y a sus habitantes. La premisa es sencilla: recuperar los seis talismanes que la retienen en una historia en la que todo gira alrededor del concepto de la venganza.

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El papel de Yamiko va más allá de ser quien ponga en contexto al jugador con sus explicaciones, ya que es capaz de convertirse en espíritu y marcarnos el camino a seguir. Su funcionamiento en cierta forma recuerda a Navi de The Legend of Zelda, aunque para nuestra suerte la princesa solo interactúa con nosotros en momentos en los que el argumento lo requiere. Junto a ella hay que avanzar a través de distintas fases divididas en 13 capítulos que componen una duración que abarca entre las 8 y 14 horas.

La trama no depara ningún giro de guion destacable y se enmarca dentro de las típicas historias del género, pero no por ello es un punto negativo. La narrativa está diseñada para que todo el peso recaiga en las mecánicas jugables, sin distracciones ni objetivos secundarios que desatiendan este apartado.

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El movimiento de Aragami es lento y todo lo que se desarrolla en pantalla está diseñado para prestar atención a los detalles, a los gestos de los enemigos y a una experiencia de juego reflexiva para no cometer errores que nos obliguen a reiniciar el nivel. El modus operandi es ir de un punto A a un punto B sin que nos detecten, quedando en nuestras manos como jugadores cómo preferimos hacerlo. Como fantasma se hace hincapié en la ocultación y en que nadie detecte nuestros movimientos, mientras que si preferimos actuar como demonio podemos eliminar mediante el sigilo a todo aquel que encontremos en nuestro camino.

El trabajo de Lince Works para ofrecer dos estilos de juego tan diferenciados y atractivos en sí mismos añade rejugabilidad a un título que se basa en la habitual fórmula del ensayo y error. Independientemente de cómo se afrontan las fases, las consecuencias no varían en términos argumentales y solo se reflejarán en la puntuación obtenida que tiene en cuenta el número de enemigos derrotados, las técnicas empleadas o las veces que han saltado las alarmas.

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Eso sí, el enfrentamiento directo nunca es una opción que se contemple. Gracias a las distintas ramas de habilidades centradas en técnicas ofensivas y de defensa, Aragami es capaz de hacerse invisible por un corto lapso de tiempo, ocultar cadáveres para no dejar rastro o marcar a los enemigos, entre otras. Como ya ocurría en Dishonored, la aplicación de algunos poderes es más obvia que otras. Teletransportarnos por las sombras es imprescindible y usar objetos como los cascabeles ayuda a que los PNJ desvíen la atención guiados por el ruido.

Todo se mueve en torno al concepto de la luz y las sombras. Como espíritu invocado, las sombras permiten ocultarnos de los rivales y regenerar la barra de habilidades que aquí se representa con distintos motivos iluminados en la capa de Aragami. Al pasar cerca de candiles estamos totalmente expuestos y no podemos usar poderes, por lo que es crucial estudiar el entorno en busca de rincones oscuros en los que recargar los usos de la magia. Más allá de esto, lo cierto es que Aragami no aporta nada nuevo al género y se limita a ser correcto en lo que ofrece. No es un paso adelante en los juegos de sigilo ni innova en ninguna de sus características, pero al menos cumple con lo que propone.

La inteligencia artificial no siempre responde como se espera y los guardias actúan con comportamientos extraños de forma que pueden tenernos cerca y no detectarnos o al contrario. El sistema de detección funciona de forma similar a lo visto en Far Cry con una barra amarilla si se percatan de nuestra presencia que aumenta hasta cambiar al color rojo si nos han visto de forma irremediable. En esos casos harán saltar las alarmas y solo nos separa de fracasar en la misión un instante en tiempo bala para actuar con rapidez. La curva de dificultad está bien calculada y en ningún momento llega a frustrar por las posibilidades que aportan los escenarios con sus distintas rutas.

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En cualquier caso, no estamos ante un sucesor de Tenchu. El sigilo es importante y el juego se encarga de recompensarnos por ello, pero las habilidades conforman uno de los pilares de su base jugable, y sin ellas no se entendería Aragami. Los poderes hacen que lo que en un principio sea el juego del ratón y el gato derive en un título donde estamos tentados a matar (con cuidado, eso sí) a todo lo que se mueva para no arriesgarnos. Por otro lado, cuenta con un modo cooperativo en línea en el que otro jugador puede acompañarnos, reduciendo así la dificultad.

El estilo artístico de Aragami goza de identidad propia con un marcado acabado cel-shading con ambientación japonesa. A lo largo de los distintos capítulos pasaremos por infinidad de pagodas, templos y otros elementos recurrentes que, si bien al principio sorprenden por sus detalles, conforme avanza la aventura se repiten en exceso y presentan un aspecto clónico. Por suerte, los escenarios son amplios y el diseño de niveles es lo suficientemente profundo como para afrontar los retos siguiendo distintas rutas. El grado de libertad no se limita a caminos y bifurcaciones, sino también a desniveles de altura y subir a puntos elevados desde donde analizar el entorno.

Todo va acompañado de una interfaz limpia en la que el protagonismo se sitúa en la capa de Aragami y un pequeño punto en el centro de la pantalla que sirve de referencia para marcar enemigos o llevar a cabo determinadas acciones. La banda sonora, por su parte, pasa desapercibida y aunque intenta ser un mero refuerzo sonoro mediante melodías etéreas, cae en el olvido.

La obra de Lince Works es un reto que hará las delicias de los fans del género. Como juego de sigilo no arriesga y se limita a ser correcto en lo que ofrece, pero incluso así tiene mucho que decir por su divertida experiencia jugable. Las distintas formas de afrontar las fases y el buen diseño de niveles aseguran una rejugabilidad más que notable en un título que es todo un mérito para un estudio independiente.

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07 Gamereactor España
7 / 10
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Las habilidades son divertidas; el diseño de niveles ofrece libertad para afrontar las fases; apartado artístico notable.
-
La historia es una mera excusa para el apartado jugable; no aporta nada nuevo al género; banda sonora sin carisma.
overall score
Media Gamereactor. ¿Qué nota le pones tú? La nota de la network es la media de las reviews de varios países

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ANÁLISIS. Autor: Sergio Tur

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